lunes, 14 de noviembre de 2022

Lucas 18,35-43: Curación del ciego de Jericó (clave de lectura)


En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello, y le explicaron: "Pasa Jesús Nazareno". Entonces gritó: "¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!" Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: "¡Hijo de David, ten compasión de mí!" Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: "¿Qué quieres que haga por ti?" El dijo: "Señor, que vea otra vez". Jesús le contestó: "Recobra la vista, tu fe te ha curado". En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.


CLAVE DE LECTURA:

El evangelio de hoy describe la llegada de Jesús a Jericó. Es la última parada antes de la subida a Jerusalén, donde se realiza el “éxodo” de Jesús según había anunciado en su Transfiguración (Lc 9,31) y a lo largo de la caminada hasta Jerusalén (Lc 9,44; 18,31-33).

• Lucas 18,35-37:
El ciego sentado junto al camino

En el evangelio de Marcos, el ciego se llama Bartimeo (Mc 10,46). Al ser ciego, no podía participar en la procesión que acompañaba a Jesús. En aquel tiempo, había muchos ciegos en Palestina, pues el sol fuerte golpeando contra la tierra pedregosa emblanquecida hacía mucho daño a los ojos sin protección.

• Lucas 18,38-39:
El grito del ciego y la reacción de la gente

El catecismo de aquella época enseñaba que el mesías sería de la descendencia de David, “hijo de David”, mesías glorioso. A Jesús no le gustaba este título. Citando el salmo mesiánico, él llegó a preguntar: “¿Cómo es que el mesías puede ser hijo de David si hasta el mismo David le llama “mi Señor” (Lc 20,41-44)

El grito del ciego incomodaba a la gente que acompañaba a Jesús. Por esto, “Los que iban delante le increpaban para que se callara”. Ellos trataban de acallar el grito, pero él gritaba mucho más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!” Hoy también, el grito de los pobres incomoda la sociedad establecida: migrantes, enfermos, mendigos, refugiados, ¡tantos!

• Lucas 18,40-41:
La reacción de Jesús ante el grito del ciego

Los que querían acallar el grito del pobre, ahora, a petición de Jesús, se ven obligados a ayudar al pobre a que llegue hasta Jesús. El evangelio de Marcos añade que el ciego dejó todo y se fue hasta Jesús. No tenía mucho. Apenas un manto. Pero era lo que tenía para cubrir su cuerpo. Era su seguridad, ¡su tierra firme!

Hoy también Jesús escucha el grito de los pobres que a veces nosotros no queremos escuchar. Cuando se acercó, le preguntó: “¿Qué quieres que te haga?” No basta gritar. ¡Hay que saber porqué se grita! Él dijo: “¡Señor, que vea!”.

• Lucas 18,42-43:
“Recobra tu vista”

El ciego había invocado a Jesús con ideas no totalmente correctas, pues el título de “Hijo de David” no era muy exacto. Pero él tiene más fe en Jesús que en sus ideas sobre Jesús. No expresa exigencias como Pedro (Mc 8,32-33).

Curado, sigue a Jesús y sube con él a Jerusalén. De este modo, se vuelve discípulo, modelo para todos nosotros que queremos “seguir a Jesús por el camino” hacia Jerusalén: creer más en Jesús que en nuestras ideas sobre Jesús. En esta decisión de caminar con Jesús está la fuente de valor y la semilla de la victoria sobre la cruz. Pues la cruz no es una fatalidad, ni una exigencia de Dios. Es la consecuencia del compromiso de Jesús, en obediencia al Padre, de servir a los hermanos y no aceptar privilegios.

La fe es una fuerza que transforma a las personas:

La Buena Nueva del Reino estaba escondida entre la gente, escondida como el fuego bajo las cenizas de las observancias sin vida. Jesús sopla sobre las cenizas y el fuego se enciende, el Reino aparece y la gente se alegra. La condición es siempre la misma: creer en Jesús.

La curación del ciego aclara un aspecto muy importante de nuestra fe. A pesar de invocar a Jesús con ideas no del todo correctas, el ciego tuvo fe y fue curado. Se convirtió, lo dejó todo y siguió a Jesús por el camino del Calvario.

La comprensión total del seguimiento de Jesús no se obtiene por la instrucción teórica, sino por el compromiso práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén.

Aquel que insiste en mantener la idea de Pedro, esto es, del Mesías glorioso sin la cruz, no va a entender nada de Jesús y no llegará nunca a tomar la actitud del verdadero discípulo. Aquel que sabe creer en Jesús y se entrega (Lc 9,23-24), que acepta ser el último (Lc 22,26), beber el cáliz y cargar con su cruz (Mt 20,22; Mc 10,38), éste, al igual que el ciego, aún teniendo las ideas no enteramente justas, “seguirá a Jesús por el camino” (Lc 18,43). En esta certeza de caminar con Jesús está la fuente de la audacia y la semilla de la victoria sobre la cruz.

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